Por: Alberto Arriaga López
¿Es el virus nuestro único enemigo?
Una mañana me desperté con la noticia que, en medio oriente científicos asiáticos habían detectado un nuevo virus con la capacidad de fulminar al paciente, sin imaginarme que en un abrir y cerrar de ojos la infección se expandiría en todo el planeta, pandemia le han llamado. Fue así como los habitantes de los cinco continentes recibían esta alerta mundial. Las grandes organizaciones de salud comenzaron a emitir informes oficiales plagados de casos confirmados y medidas preventivas, peor aún, anunciaban defunciones en un número alarmante. Los sistemas sanitarios de cada país iniciaron el control respectivo. Líderes mundiales activaron sus defensas territoriales para proteger a su nación, algunos tardaron en ser conscientes de la magnitud del problema. Líderes de opinión expertos en medicina, sociología y política, hacían comparaciones entre la vivencia actual y las magnánimas pestes del pasado, otros traían a flote el recuerdo de la primera y segunda guerra mundial. La pandemia del coronavirus nos había tomado desprevenidos y así comenzaba la guerra para los profesionales de las áreas médicas, una lucha que no se combate con tanques ni misiles, que no se gana incrustando metralla en el enemigo o estallando sus barreras con dinamita, un enemigo que ha sido peor que los disparos y bombas en medio de una disputa. Sabíamos que esta guerra la enfrentaríamos armados con los insumos disponibles, pero con toda nuestra preparación y nuestros ideales.
Entonces, fue enviado el primer pelotón, nuestros invaluables compañeros médicos y personal de enfermería, sin duda alguna los mejores soldados al frente de batalla. Empezamos a ganar contiendas, se informaban los primeros casos recuperados y corroboramos que el manejo oportuno y el distanciamiento social daban resultados. Sin embargo, comenzaron las bajas, pues corrían por doquier innumerables noticias de soldados caídos en el cumplimiento de su deber. En el resto de la tropa era inevitable el dolor y el sufrimiento, ¿Cómo le explicas a su familia que uno de ellos jamás volverá?, en este tenor la guerra ponía en tela de juicio nuestra vocación, empero lucharíamos con mayor fuerza en memoria de cada uno de nuestros héroes abatidos. Fue así, con las estadísticas en contra, un cansancio devastador y una incertidumbre cobijada por el ruido de los respiradores artificiales y el sonar de los monitores, que se desvanecía una madrugada más.
Nuevamente una mañana, ahora en medio de la guerra, nos despertamos con la noticia de un nuevo enemigo. ¿Y ahora que sucede?, ¿Quién es el nuevo enemigo del que están hablando?, la duda te invade como frío desolador. Desconcertados los miembros del batallón preparan sus municiones y están listos para pelear. Alguien pregunta ¿Es un nuevo virus? ¡Oh sorpresa!, una segunda guerra había llegado. Fuera de los campos de batalla se reportaban ataques diversos al personal de salud. No, no eran disparos, sería el colmo. Eran señalamientos indignos, propagación de falsa información, agresiones verbales y físicas por parte de ciudadanos sin escrúpulos. Los embates se estaban dando en la vía pública e incluso en el bunker de algunos de nosotros. La tragedia nos había alcanzado y nos encontrábamos entre dos guerras, contra la enfermedad y contra la ignorancia.
Indignados y con los ánimos caídos, seguimos de frente porque hay un objetivo, abatir al virus. Mientras tanto, la otra guerra sigue extendiéndose velozmente y parece ser fatal. No es metralla, es agua con cloro directo a la cara. No es fuego a quemarropa, es café hirviendo arrojado a la piel. No son granadas, son cristales rotos y otros daños a nuestros bienes materiales. No es captura de rehenes, nos están corriendo de nuestros hogares porque nos creen foco de infección. No nos llevan prisioneros hacia el cuartel del bando contrario, nos están bajando del transporte público. No es secuestro de municiones, nos niegan la entrada para comprar víveres. No son balas, pero sí son golpes directo a la cara por haber cuidado a tu familiar enfermo. No son bombardeos, están atacando a nuestros tanques de combate, las incondicionales ambulancias durante el traslado de enfermos. No quieren apoderarse del cuartel, quieren quemar nuestros hospitales. No es un virus, es el ciudadano irresponsable que no cree en nosotros. Es el ciudadano altivo que nos considera criminales y va por las calles debatiendo erróneamente nuestro hacer cotidiano. Es el ciudadano que en su afán de prestigio sepulta nuestra dignidad y nuestro honor. No, no es un virus replicándose en las células del huésped, es la apatía abrazada al desaire que se replica en los seres humanos inconscientes.
¿Nos estamos enfrentando a una nueva enfermedad?
Yo diría una enfermedad social, la otra pandemia. Una toxina llamada ignorancia que pertenece a una sociedad corrompida y llena de habitantes carentes de empatía, quienes han provocado una nueva guerra en contra de los trabajadores de la salud propagada cual peste en el mundo. La pandemia que lleva impregnada el asalto a nuestra mesura. La enfermedad que consume las células de nuestra integridad social y desmantela nuestro sistema de defensa emocional.
¿Cuál es el origen?
Es una situación que ha existido siempre en los seres humanos, ha sido causa de magnos errores sociopolíticos en la humanidad, en algunos casos etiología de grandes genocidios conocidos y de atentados al bien común. Una situación que también nos tomó desprevenidos y que probablemente tenga su origen en la falta de comunicación entre las sociedades, así como en las mentes viciadas de personas que no dan cabida al diálogo y a los buenos fundamentos.
¿Cómo se transmite?
La desinformación desmedida es indudablemente el principal mecanismo de transmisión, los medios no oficiales y las redes sociales contribuyen, se genera pánico y caos social. También influyen los comentarios vecinales, “ese de ahí es doctor y nos puede infectar”, “la del 262 trabaja en el hospital, hay que decirle que se vaya”, “Chofer no dejes subir a la enfermera”. Y así una extensa lista de situaciones que han venido sucediendo a diario. Es propagada por el mismo súbdito que le reclama al sistema de salud una mejor atención. Transmitida por el individuo que permite la falsa educación tachando de inverosímil a un virus mortal.
¿Cómo combatiremos esta segunda guerra?
Es aquí justo cuando recuerdas que la facultad de medicina no nos preparó para esto. Nuestros maestros no nos advirtieron que algún día podríamos ser señalados de esta forma. En medio de la tormenta, recordé unas palabras de mi libro de primer semestre de la carrera, que citaba algo más o menos así: “la medicina es apasionante y la labor por ayudar al prójimo será siempre gratificada con buenas acciones”. No obstante, adentrado en la peor de las beligerancias, la situación es al revés. No son mayoría lo sé, pero entorpecen y contaminan nuestra tarea diaria. Por lo tanto, el soporte vital esta vez será redoblar esfuerzos. Además de nuestras medidas de protección frente a la enfermedad, tomaremos cuidados personales para no ser alcanzados por la discriminación comunal. Como en toda guerra el camuflaje será indispensable, todos los batallones tendrán que unir su armadura frente a la indiferencia y la arrogancia. Necesitamos prescindir de la unión como gremio y del respaldo total de nuestro mejor lugarteniente, el personal de enfermería.
Sin embargo, el arma más eficaz siempre será difundir información con veracidad e incitar a la población a integrarse, pues la gloria será de todos. Estamos conscientes que son tiempos difíciles, no somos tus enemigos y estamos para cuidar y atender tu bienestar. Cada integrante de la sociedad es indispensable, desde el que se queda en casa y mantiene las medidas de prevención, como el que sale a trabajar cuidando todas las recomendaciones esenciales. Aún hay esperanzas, pero tenemos que cuidarnos todos y ustedes serán siempre nuestro más poderoso aliado para combatir a nuestro enemigo común, el coronavirus. Entre ambas partes podemos erradicar esta convulsión social que nos debilita como trabajadores de la salud. No nos discrimines, somos los buenos y es muy difícil derrotar a alguien que nunca deja de luchar por lo que le apasiona. Mejor alíate, te necesitamos.
Sobreviviremos a las dos guerras, estoy seguro. Nuestra convicción y nuestro compromiso con la salud son más fuertes que los ataques en la vía pública y las redes sociales, más letales que el agua con cloro y el café hirviendo. Nuestra vocación es más que los estragos físicos y materiales, mucho más que las críticas insanas y avasalladoras. Más aguerrida que la indolencia de la sociedad. Vamos a lograrlo, le contaremos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, que fuimos la generación que luchó entre dos guerras, la que tuvo que remar contra corriente con un sistema de salud precario y el repudio de individuos sin valores. Que fuimos la generación que derrocó a la pandemia de COVID-19 y terminantemente hicimos frente al desdén social, la más infame de nuestras batallas.
Twitter @Arriaga508
albertoarriaga508@gmail.com
El autor es especialista en Ginecología y Obstetricia por la Universidad Nacional Autónoma de México, egresado de la Unidad Médica de Alta Especialidad en Ginecología y Obstetricia No. 4 “Luis Castelazo Ayala”, Ciudad de México. Estancia formativa en Ultrasonido Diagnóstico Prenatal, por Fundación Universitaria Sanitas, Bogotá Colombia. Presidente de Fundación Hermanos Asociación Civil, ONG impulsora de grupos vulnerables e indígenas del Estado de Chiapas. Actualmente Residente de Medicina Materno Fetal en el Instituto Nacional de Perinatología, Ciudad de México.