Contactanos

Opinión

El hombre según Dios

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 12 septiembre, 2021 - 10:16 a.m.
El hombre según Dios

El hombre según Dios

¿En qué consiste la esencia del hombre? El profeta Isaías nos ayuda a ver tres rasgos del hombre según el designio de Dios: el hombre es un ser que escucha, que sufre, que experimenta la presencia y asistencia de Dios. Isaías deja claro que el hombre que busca ser fiel a Dios, cuenta con su ayuda y cercanía. Cuando Dios es la roca de la vida, nada ni nadie nos puede vencer. San Marcos en el evangelio presenta a Jesús como la perfecta realización del hombre: el Ungido de Dios, el varón de dolores, el siervo obediente hasta la muerte, el que pierde su vida para salvar las de los hombres. Santiago en la segunda lectura enseña que el hombre según Dios es aquel en quien fe y obras se unen en alianza indisoluble para lograr la perfecta realización humana, la verdadera fe se traduce en el servicio efectivo a los demás, sin el servicio, los testimonios de fe son palabras vacías.

La definición más auténtica del hombre la puede dar quien le ha creado y le ha llamado del no ser al ser, de la nada a la existencia. En el tercer canto del Siervo se delinea en cierta manera una síntesis de antropología teológica. El primer rasgo, define al ser humano como quien recibe de Dios el don de hablar palabras de vida para los demás, sobre todo para el cansado y agobiado. Luego, aparecen en este canto, otros tres rasgos:

1) El hombre es el ser a quien Dios le ha capacitado para “escuchar”, igual que los discípulos. Es un discípulo de Dios, que implica no sólo la escucha teórica, sino a la vez la escucha que conduce a la praxis, a la realización de lo escuchado, de la voz originaria que le precede y que norma su vida. En otros términos, el hombre es un discípulo obediente de Dios.

2) El hombre no es un ser para la muerte, como diría Heidegger, pero sí un ser para el sufrimiento. El sufrimiento es el yunque en que se forja el hombre; es el molde en que se configura su personalidad; es la frontera que revela su temporalidad; es la cifra real y misteriosa de la condición humana.

3) El hombre es el ser asistido por Dios, en quien Dios muestra su presencia constante y eficaz. Esa presencia divina resulta ser la roca en que se fundan todas las grandes certezas del hombre; el faro luminoso que orienta al hombre en la oscuridad; el estandarte que le enardece en la batalla por ser y hacerse hombre cada día. A modo de conclusión, se puede decir que quien excluye la solidaridad, la escucha, el dolor, la presencia divina de la concepción del hombre, no sabe realmente qué es el hombre.

El hombre se define y se conoce a sí mismo en la entrega, en el servicio a los demás. “Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”, nos dice Jesús. Es la gran paradoja cristiana, es decir, humana. Jesús plantea la gran batalla de la existencia humana. Es la batalla entre el egoísmo y la entrega, entre la seducción del yo y la atracción de Dios, entre el culto a la personalidad y el culto a la verdadera humildad

Normalmente, pero de modo equivocado, se piensa que siendo egoísta se va uno a realizar, a salvar su identidad, a lograr una personalidad de gran talla. El resultado después de un cierto tiempo es la conciencia de estar buscando lo imposible, la frustración por tantas energías gastadas inútilmente, y ojalá también, al darse cuenta de haber errado el camino, aceptar el propio error y enderezar los pasos por el camino justo. Ese camino justo es el de vaciarse de sí para llenarse de Dios, el de darse a los demás desinteresadamente sin buscar compensaciones de ningún género, es el de la humildad profunda de quien sabe y acepta que todo lo que es y tiene proviene de Dios y lo debe poner al servicio de los demás. Éste es el camino de la salvación. Éste es el camino de la auténtica realización del hombre. Éste es el camino del conocimiento real de nuestra identidad, en la entrega en el servicio nos definimos. En la escucha, en el sufrimiento y en la experiencia de la presencia de Dios, encontramos nuestra identidad y la proyección de nuestra vida a la que Dios nos lanza.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

Artículos Relacionados