Leemos en el Evangelio la propuesta de Jesús para ser felices y salvarnos: el que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. Sólo quien da prioridad total a Jesús en la vida, el que muere cada día a sí mismo y toma su cruz, encuentra el sentido real de su propia existencia. Jesús nos pide que no antepongamos nada a su amor, sobre todo, que no antepongamos nuestro egoísmo y amor propio.
El Evangelio ilumina las relaciones familiares con su significado profundo. No se trata, en efecto, de dividir las familias en nombre de la fe, sino más bien unir a la familia y hacerle ver la misión tan estupenda que tiene a la luz del misterio de Jesús. Se trata de enseñar a los padres y madres de familia que lo más importante de su hogar es Dios, y que ellos lograrán cumplir con su función paterna si logran infundir el amor y temor de Dios en el corazón de sus hijos. Se trata de que ellos logren que sus hijos “no antepongan nada en sus vidas al amor de Jesús”. Así en esta reflexión vemos como la fecundidad física, el haber generado nuevos hijos, va de la mano, y muy estrechamente, de la fecundidad espiritual. Los padres que generaron para la vida física a sus hijos, los generan para la vida espiritual con su testimonio, con su palabra, con su amor y sacrificio, con su catequesis.
El texto del Antiguo Testamento, del segundo libro de los Reyes, nos recuerda que toda fecundidad en la vida proviene de Dios. La nueva vida que concibe la mujer sunamita, que era estéril y tenía un esposo anciano, es un don de Dios en respuesta a su apertura ante los planes divinos. Aquella persona que recibe al enviado de Dios por ser precisamente enviado de Dios, no quedará sin recompensa. Dios se hace presente y fecunda su vida de un modo inesperado y superior a las posibilidades humanas.
Este pasaje de la Escritura, como otros en los que se hace presente la intervención de Dios ante la esterilidad humana, nos hace patente que toda fecundidad, sea física sea espiritual, proviene de Dios que ama y dona la vida. La actitud de hospitalidad, veneración y respeto de la sunamita es premiada por Dios con el don de la concepción de una nueva vida. Ella recibe en su casa al enviado de Dios, Eliseo, y éste, al ser atendido, comunica una luz y una gracia que viene de lo alto.
Pablo, explica a los Romanos, que el bautismo nos incorpora a la muerte de Jesús para que así como Jesús resucitó de entre los muertos, así también el cristiano camine por una vida nueva. En Jesús estamos muertos al pecado y a las obras de las tinieblas y en Él hemos nacido a una nueva vida. Vemos como para Pablo y para los santos padres, el bautismo contenía un rico simbolismo que es posible que ya no perciba el hombre moderno de hoy. Antiguamente el bautismo por inmersión expresaba con un símbolo muy claro “el morir” del hombre viejo y el “renacer” del hombre nuevo. Quien recibía el bautismo se introducía en el agua simbolizando la incorporación a la muerte de Jesús, y salía de ella “regenerado”, “un hombre nuevo”, “llamado a una nueva vida”. El que era de Jesús era una creatura nueva, lo antiguo había pasado y lo nuevo había comenzado.
Una condición indispensable para ser fecundo espiritualmente es la de mantenerse unido a Jesús: El que permanece en mí y yo en él ése da frutos de vida eterna, porque sin mí, no puedes hacer nada. La unión con Dios es condición indispensable de toda transmisión de la fe y, en consecuencia, de toda transmisión de la vida divina en el orden de la gracia. Unido de esta manera a Dios, el apóstol es un educador privilegiado de la relación con Dios, en cuanto él mismo está familiarizado con Dios y unido a Él.
No anteponer ninguna persona, ni cosa alguna al amor de Jesús, se lee en el capítulo cuarto de la Regla de san Benito. Se trata de una expresión muy concreta del Evangelio de este domingo. Jesús nos pide que lo amemos a Él por encima del amor paterno, materno o filial. Nos pide que tomemos la cruz propia y le sigamos por esa senda que no es fácil, ni amplia, pero que conduce a la salvación. Sólo a la luz de Jesús todas las realidades humanas, incluso las realidades humanas más queridas, como son las relaciones familiares, encuentran su sentido más profundo. Sin Jesús o al margen de Jesús la vida humana permanece como un enigma indescifrable.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano