Estamos entrados ya en los meses de verano, meses donde podemos hacer muchas cosas, entre ellas te recomiendo fortalecer tres: sacramentos, oración y valores. Podemos pensar que los valores y los principios son fundamentalmente fruto del esfuerzo humano. Pero no, la tarea y la responsabilidad en la conquista de los valores humanos no dependen sólo del hombre, sino también y en gran medida de la capacidad que el hombre desarrolla de darle apertura a Dios. Todos, debemos esforzarnos, por construir la vida sobre roca sólida. Necesitamos de la gracia de Dios para edificar la vida sobre los auténticos valores. Por eso, acudamos a las fuentes de donde mana la gracia: los sacramentos y la oración.
Los sacramentos son la fuente ordinaria de donde se nutre la vida de gracia del cristiano. Quien se une al misterio pascual de Jesús a través de los sacramentos recibe la gracia para asemejarse más perfectamente a Jesús. Esta identificación con Él posibilita la vivencia más perfecta de aquellos valores, humanos y evangélicos, que Jesús mismo vivió. Sólo unidos a Jesús como los sarmientos a la vid, podremos dar frutos de vida eterna.
El otro gran manantial de la vida de gracia es la oración. En ella descubrimos a Dios como fuente suprema de todos los valores y nuestra dignidad como hijos suyos. En ella se nos va revelando la voluntad divina, obtenemos fuerzas para vivir las exigencias del ideal, jerarquizamos en modo adecuado todos los valores en función de Dios, valor supremo y fundamental, ganamos las gracias necesarias para vivir generosamente nuestros compromisos como hombres y como bautizados, cargamos el alma de celo para convertirnos en difusores del Evangelio.
La oración es la respiración del alma. Quien no respira, muere por asfixia. Quien no ora, muere espiritualmente. Quien no ora, pierde la necesaria tensión moral y espiritual, se dispersa en medio de muchas cosas accidentales, faltándole el anclaje en la eternidad de Dios. Por ello, el cristiano verdaderamente maduro acude a la oración, porque se reconoce creatura necesitada de Dios, porque se reconoce pecador que busca el perdón, porque quiere agradecerle a Él el don magnífico y misterioso de la vida, porque quiere alabarlo por su bondad y su misericordia.
Demos la importancia que merece la oración en nuestra vida de creyentes. A ella hemos de dedicar lo mejor de nuestro tiempo porque Dios es el valor supremo que merece lo mejor de nosotros mismos. Cuando nos faltan las fuerzas, cuando percibamos que el vigor de nuestros ideales vienen a menos, cuando se desdibuje el sentido de nuestra vida, acudamos a la oración a respirar ese aire nuevo del espíritu que procede del mismo Dios. ¡Qué oportunidad tan grande y maravillosa, la de poder ponernos en contacto directo con Él, y hablar con Él como un amigo habla con su amigo, de contarle nuestras penas y alegrías, nuestros sufrimientos y fracasos, nuestras perplejidades y esperanzas, nuestros deseos de realizar grandes propósitos por Él! Por eso, el valor de la oración es incalculable. En ella se aprende el secreto de vivir y el secreto de morir; en ella se ve todo bajo la perspectiva de la eternidad, bajo el signo de la misión, bajo el poder de la mano amorosa de Dios.
Este es el reto del verano, no sólo descansar un poco o reprogramarnos, sino fortalecer también el espíritu. Goza de la gracia y de la paz que dan los sacramentos, disfruta de la luz y fortaleza que da la vida de oración, descubre y replantea los valores que estás viviendo y que podrías vivir a la luz de Dios y no sólo de la vida.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano