Después de pasar unos días en las naciones que conocemos como Oaxaca y que sólo vemos en los noticieros después de cada bloqueo a trenes o carreteras por los dueños de la educación sureña.
Conocí a otra Oaxaca, la gran arquitectura vernácula, las construcciones religiosas en los pocos templos que visité, pero más, más, me impresionaron los Zapotecas con su tremenda ciudad de Monte Albán y sus terrazas encima de la montaña, tan chiquitos que los ve uno.
A cada sentada me sorprendieron los sabores y propuestas de buen comer, con sus chapulines, gusanos, conejos y todo lo que camine o salte, lo convierten en magia al paladar, por eso son cuna de la gastronomía nacional, aunque les confieso que soy feliz comiendo vaca asada con tortilla de harina.
Disfruté cada mezcal que se me atravesó, aderezado con sal de gusano, disfruté también de las danzas de cada región, o cada nación oaxaqueña, con las chicas meneando sus piñas, cantando con sus pies, al son de las bandas de su música, tan familiares en cada crucero y en cada rincón de México.
Es Oaxaca, cuna del gran patriota, transformador y constructor de México: don Porfirio Díaz; es Oaxaca cuna del benemérito don Benito Juárez, el acérrimo defensor de la patria ante el invasor francés, quien separó lo legal de lo moral. Acá en mi Coahuila, soy muy orgulloso de mis paisanos Francisco Y. Madero, Venustiano Carranza e Ignacio Zaragoza, nomás.
Tierra es Oaxaca en la que Dios nunca muere pues tiene grandes artistas, don Rufino Tamayo y sus colores que asaltan a nuestra vista en cada esquina, en cada prenda, en cada pintura, tierra Oaxaca del finado maestro Francisco Toledo, mi inspiración no sólo como artista, sino como compromiso social, él se regresó de París a Oaxaca, y yo de Nueva York a Monclova.
Compré chucherías de barro negro, alebrijes mentirosos, chapulines, mole para mi mamá y cosas así.
Salud
