Julio César Chávez Jr. nació dentro de una mansión, pero creció en una casa en llamas. Su apellido lleva la gloria, pero también el código genético del exceso. Mientras todo un país reconocía a su padre por las guerras que ofreció dentro del encordado, Julito creció en el infierno de las adicciones que atravesó su padre.
La historia del hijo del Gran Campeón Mexicano nunca se escribió solo con guantes. Su vida es un cúmulo de rupturas familiares, vocación a la autodestrucción y problemas con la justicia de Estados Unidos.
El arresto de Chávez Jr. de este miércoles, acusado de vínculos con el Cártel de Sinaloa y tráfico de armas, es el más reciente capítulo en una novela que se ha escrito entre puñetazos, pasajes con la marihuana, detenciones por estado de ebriedad, clínicas de rehabilitación, peleas de hotel, declaraciones en Instagram Live y una relación tumultuosa con su padre.
Todo cambió la noche del 15 de septiembre de 2012. En Las Vegas, Sergio Maravilla Martínez le dio a Chávez Jr. una clase magistral de boxeo. Aunque el mexicano casi lo noquea en el último round, fue el argentino quien se llevó la victoria. Aquel combate fue mucho más que una derrota. No solo le arrebataron el cinturón de campeón del CMB, sino mucho más...
Desde entonces, nada volvió a estar en equilibrio. Se le detectó marihuana en el antidoping post pelea y fue sancionado con una multa de 900 mil dólares. Su entrenamiento previo fue caótico; dormía hasta mediodía, se ausentaba del gimnasio y vivía con una displicencia que irritaba incluso a Freddie Roach, su entrenador de entonces.
Hasta ese momento dejó de ser normal que Julio prefiriera entrenar en la noche y dormir todo el día. Durante sus inicios en el boxeo, ningún entrenador se atrevió a cuestionarlo. El nombre y el apellido que porta, imponen más que respeto.