Un voto por Morena es un voto contra México... No conozco al gobernador de Tamaulipas. Conocí a varios de sus antecesores, algunos de los cuales se encuentran actualmente en la cárcel y otros no.
En general los tamaulipecos han sido poco afortunados en lo relativo a sus gobernantes. Cosa distinta sucede con nosotros, los coahuilenses, que los hemos tenido de todas clases: excelentes, buenos, regulares, malos, peores y pésimos. Como no conozco al gobernador de Tamaulipas, e ignoro las circunstancias que lo rodean, no estoy en aptitud de juzgar si es culpable o inocente de los cargos que le imputan la 4T y sus fieros inquisidores.
Lo que sí puedo decir es que este caso presenta más visos de política que de juridicidad, de recta aplicación de la ley. La cercanía de la elección de junio y la inusitada rapidez con que los lebreles que persiguen al gobernador están actuando hacen más plausible aún esa lectura, como ahora se dice. Males muy grandes aguardan a un país en donde la justicia se mezcla con la política.
Esas dos señoras -política y justicia- ni siquiera deberían tener trato entre sí, y menos aún coligarse o coludirse. Si el gobernador tamaulipeco ha incurrido en actos contrarios a la ley sométasele a juicio y castíguesele en caso de resultar culpable después del debido proceso. Pero los repetidos señalamientos que contra él ha hecho AMLO, y los manejos para quitarle el fuero, hacen que las acciones en su contra sean más que sospechosas.
El dicho de López Obrador en el sentido de que la venganza no es su fuerte es tan creíble como los fabulosos relatos del Güilo Mentiras, famoso personaje del folclor sinaloense (en Sinaloa el adjetivo “güilo” se aplica al que es muy flaco), quien contaba que en cierta ocasión le clavó un hacha en la cabeza a un jabalí hembra que lo atacó de pronto, y que huyó luego con el hacha clavada en la testa.
Tiempo después el Güilo se topó en el monte con sus crías, seis pequeños jabatos. Supo que eran hijos de aquella jabalina porque cada uno llevaba una hachita en la cabeza. Mentira es ésa, claro, y mentira también la otra, aunque no tan divertida. Cuidado cuando la política y la justicia se revuelven. De esa nociva revoltura nunca sale nada bueno... El conferencista les preguntó a sus oyentes: “¿Qué es lo más rápido que hay en el mundo?”. Dijo uno: “El pensamiento”. Propuso otro: “El parpadeo”. Sugirió un tercero: “La luz”.
Don Cucurulo, señor de muchos años, levantó la mano y dijo: “Las aguas”. El orador se desconcertó. “No entiendo”. “Sí -explicó el viejecito-. Temprano en la mañana, cuando despierto en la cama, me vienen de repente las ganas. Y antes de que pueda pensar, parpadear o encender la luz ya me hice de las aguas”... Glafira, la hija de don Poseidón, estaba en la sala con su novio Jumentino.
Eran ya casi las 12 de la noche y el galancete no daba trazas de irse. Asomó por la escalera el severo genitor y le dijo a la muchacha: “Glafira: ya es hora de irnos a la cama”. Añadió el tal Jumentino: “Lo mismo le digo yo, señor, pero no quiere”... Nadie que tenga pruritos de moralina debe posar los ojos en el cuento que hace bajar hoy el telón de este tinglado... Tres náufragos, dos hombres y una mujer, llevaban ya seis meses viviendo en una isla desierta.
Nada había sucedido entre ellos, pues en su trato las formas se guardaban como si estuvieran aún en sociedad. Aconteció que un día se apareció en la playa una graciosa monita (“changuita”, diríamos en lenguaje popular).
Pensó uno de los hombres: “¡Cómo no es una mujer!”. Pensó la mujer: “¡Cómo no es un hombre!”.
Pensó el otro náufrago: “¡Cómo no es de noche!”...
FIN.