“Torna a Sorrento”. El marido, de viaje desde hacía varias semanas, quedó muy intrigado al leer ese escueto mensaje que le envió su esposa. De regreso quiso saber por qué su mujer le hizo llegar el nombre de la popular canción napolitana que tan bellamente interpretaron Caruso, Schipa, Gigli, De Stefano y otros grandes tenores. “No leíste bien -le aclaró la señora-. El mensaje no decía: ‘Torna a Sorrento’. Decía: ‘Tornas o rento’”. Al principiar la noche de bodas el novio le habló con tono evocador a su flamante desposada: “Recuerdo el día en que nos conocimos. Subiste al atestado autobús en que iba yo, y te cedí el asiento. Pues bien: ahora te toca a ti corresponder”. (Nota. Ver la definición de la palabra “asiento” en el diccionario de la Academia. Gracias). “Resignémonos a vivir durante mucho tiempo bajo un PRI de color guinda: Morena”.
Con esa frase iba a empezar mi comentario político de hoy. La borré de inmediato, pues me di cuenta de que tenía un error. Mucha diferencia hay entre la Morena de hoy y el PRI de ayer. Aquel PRI, en efecto, era una dictadura, pero una dictadura benévola. Claro, en ocasiones olvidaba su benevolencia, como hace una mansa fiera cuando se siente amenazada. Eso sucedió en el 68, o cuando el régimen aplicaba en modo draconiano aquel nefasto delito llamado de disolución social, o cuando convertía a los políticos en delincuentes y a los delincuentes en políticos, o en los sucios años de la guerra sucia, Pero en lo general, y pese a todos sus grandes vicios y numerosas fallas, el PRI fue un partido que procuró el bien de México e hizo muchas cosas buenas en beneficio de los mexicanos.
Y eso en los renglones más diversos: la salud, la educación, la cultura, las comunicaciones, la vivienda, la electrificación, la producción agrícola, la industrialización. Nos dio, sobre todo, un largo período de paz social y de estabilidad política en un tiempo durante el cual en América Latina todo se volvía golpes de estado, guerras civiles, revoluciones, motines, asonadas. En la época priista nuestro país se asemejaba a una inmensa hacienda porfiriana, pacífica y productiva, con sus pobladores sometidos a un poder omnímodo, pero benevolente.
No es ése el carácter de Morena. Su talante es el mismo del de su fundador y único líder, hombre agresivo y pugnaz, intolerante, y que más que buscar el bien de todos los mexicanos tiene por principal objetivo su perpetuación en el poder y la instauración en la República de sus ideas, dogmas y doctrinas personales. Sería esperanzador que Morena fuera el nuevo PRI: algo bueno podríamos esperar de ella. El PRI era el partido de un vasto conglomerado social del cual formaban parte obreros, campesinos y gente de la clase media, todos los cuales compartían en mayor o menor medida la conducción del país a través de sus organizaciones, algunas tan poderosas como la CTM y la CNC, o de sindicatos con tana influencia como el de los maestros, el de los burócratas o el de los petroleros. Todas esas fuerzas son ahora inexistentes.
Ni siquiera Morena tiene fuerza propia como partido. Todo el poder se concentra en un solo hombre, y eso está muy cerca de la dictadura. Los incuestionables triunfos que el partido guinda obtuvo en las elecciones del domingo no se deben a Morena, cuya estructura y organización son incipientes: son victorias atribuibles a la popularidad de AMLO y a su poder personal, al parecer creciente, lo que hace temer que en un futuro cercano Morena no vaya a ser solamente la reina del sur. Resignémonos, queridos cuatro lectores míos. Por desgracia Morena no es un nuevo PRI. Desgraciadamente Morena es López Obrador.
FIN.