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Opinión

Amables lectores, tengan ustedes un buen día

Óscar Rodríguez
Por Óscar Rodríguez - 13 marzo, 2022 - 10:15 a.m.
Amables lectores, tengan ustedes un buen día

Amables lectores, tengan ustedes un buen día.

El pasado sábado 5 de marzo ocurrió un evento muy lamentable en el estadio “La Corregidora” de Querétaro.

Según recuerdo (aunque últimamente me he dado cuenta de que algunas cosas no son como las había guardado en la memoria) en el libro “La fuerza de las palabras” publicado por los editores de la revista Selecciones del Reader´s Digest en la década de los años 70’s del siglo pasado se recomendaba no utilizar algunos anglicismos como “checar” (de “check”, que en algunos países de Latinoamérica lo utilizan como “chequear”), “líder” (de “leader”), y “estrés” (de “stress”). En su lugar se sugería utilizar sinónimos como “verificar”, “dirigente” y “presión” respectivamente.

Con el paso del tiempo, la palabra “líder” se fue integrando a nuestro idioma con sus derivados (lideresa, liderar), de manera que a finales de la misma década apareció un libro de Stephen R. Covey titulado “El liderazgo centrado en principios”.  

Una de las partes que recuerdo del mencionado libro se refiere a los tipos de poder que tienen los líderes y los clasifica en tres, de acuerdo a sus raíces motivacionales y psicológicas: poder coercitivo, poder utilitario y poder centrado en principios.

El primero de ellos ocurre cuando las personas siguen a los líderes por miedo. En este caso, el dirigente ha hecho creer a su partidario que algo malo le va a suceder o algo bueno se va a perder en caso de que no acepte su liderazgo. Este tipo de poder puede ser poco elegante pero es muy efectivo. Si lo llevamos a otro escenario, es parecido al poder que tiene un asaltante: mediante el uso de un arma puede conseguir que algunas personas le entreguen los objetos que les indique.

El poeta y filósofo ruso Alexander Solzhenitsyn (quien fue castigado en un campo de trabajos forzados durante más  de una década por el gobierno soviético) señaló algo que puede aplicarse a este tipo de autoridad: “Sólo se tiene poder sobre la gente mientras no se le saque todo. Pero cuando a un hombre usted se lo roba todo, él ya no está en su poder: es libre nuevamente”.

El poder utilitario se caracteriza porque los partidarios siguen al líder de acuerdo a los beneficios que esperan obtener a cambio. Hay una relación basada en un intercambio de bienes o servicios. Covey señala que gran parte de lo que sucede dentro de las organizaciones (ya sea desde las grandes empresas o incluso núcleos familiares) se basa en este tipo de poder.

El tercer tipo de poder se da cuando los líderes ejercen influencia sobre sus partidarios porque estos últimos tienden a creer en ellos y lo que están realizando. Los seguidores creen en su dirigente y en sus causas, están dispuestos a hacer lo que se les indique y lo hacen con total convencimiento, sin necesidad de ser amenazados y sin la esperanza de recibir alguna retribución.

Hace un par de semanas en esta misma columna me referí a lo particularmente delicados que resultan los temas de religión, deportes y política ya que provocan apasionamientos muy similares a los que incita el enamoramiento. Desafortunadamente, son también muchas veces la fuente de fanáticos.

La palabra “fanático” proviene del latín fanaticus (perteneciente al templo). Según una versión, la gente que estaba mucho tiempo dentro del templo terminaron siendo llamados “fanáticos” y a quienes estaban algo alejados se les decía “profanos”. Con el tiempo, “fanático” se usó para nombrar a quien le embarga un sentimiento exagerado de adhesión a ideas, agrupaciones u otras personas. De unos años a la fecha se le llama “fan” al seguidor no tan extremista.

En las antiguas narraciones deportivas (especialmente en el béisbol) que los locutores se referían a los aficionados como “la fanaticada”, pero era en un sentido figurado. Muy similar a algunas personas que se refieren a sus hijos traviesos como sus “demonios”.

Cuando el cariño por algo, digamos a un equipo deportivo se lleva al extremo, el fanático está convencido no solamente de que su escuadra favorita es la mejor, sino que su estadio es el más bonito, al igual que los colores de su uniforme, las notas de su himno o incluso que sus porristas son más bellas que las de cualquier otra franquicia.

En las últimas décadas se empezaron a adoptar (sobre todo en el fútbol) modas sudamericanas (sobre todo argentinas) de animar a los equipos. De hecho las “porras” empezaron a ser llamadas “barras” y el mexicanísimo “chíquitibum” (que según la leyenda urbana nació del ruido del ferrocarril que transportaba a un entusiasta grupo de aficionados compatriotas hacia Guatemala hace cerca de noventa años) fue sustituido por cánticos y coreografías que antes no se utilizaban, como “dale, campeón” que siempre me ha parecido una petición incompleta… Dale ¿qué? ¿a quién?... Y los “chamacos de porra” ¿serán ahora “chamacos de barra”?

Los grupos de animación se fueron tornando más agresivos y ahí está el resultado. El pasado sábado 5, un liderazgo tipo 3 de acuerdo a la taxonomía de Covey encaminó a un grupo de fanáticos a atacar con especial odio (digno de una mejor causa) a sus opositores al grado de mandar a varios de ellos al hospital. Los artilugios de la tecnología actual nos permitieron ser testigos desde diversos ángulos de los lamentables acontecimientos.

Sinceramente, deseo y espero que lo que pasó en Querétaro no vuelva a suceder en ninguna parte.

Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.

Que tengan ustedes una excelente semana.

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