Amables lectores, tengan ustedes un buen día.
Muchas veces me he sentido afortunado por haber nacido en una de las épocas más emocionantes de la historia humana. Me ha tocado vivir y disfrutar de una nutrida serie de adelantos científicos y tecnológicos a diferencia de aquel anónimo empleado de una oficina de patentes europea quien, según se dice, a principios del siglo XX (más o menos cuando Albert Einstein tenía el mismo trabajo) renunció a sus labores argumentando que todo lo importante ya había sido inventado.
Y es que la Revolución Industrial y sus efectos afectaron de manera importante la forma de vida de países enteros a lo largo del siglo XIX. La proporción de la población dedicada a la producción de alimentos pudo disminuir gracias a los avances en la industrialización. Y como para operar las maquinarias se hizo necesario un nivel más elevado de educación, en los países que se industrializaron primero el porcentaje de población analfabeta bajó notablemente. Esto detonó una serie de avances en muchos campos del conocimiento.
Además, la máquina de vapor y posteriormente el motor de combustión interna y la energía eléctrica convirtieron la vida diaria de fines de los 1800s en algo dramáticamente diferente a lo que le tocó vivir a la mayoría de los pobladores del mundo unas décadas antes. Y esa tendencia se ha mantenido desde entonces. Y con ello han aparecido nuevas ocupaciones.
Recuerdo haber leído que cuando Barthelemy Thimonnier comenzó a utilizar su modelo de máquina de coser en la década de los 1830s en Francia, un grupo de furiosos sastres destruyeron gran parte de sus aparatos ya que temían quedarse sin empleo.
Pero veamos. Cuando surge una novedad en la mayoría de las ramas de la actividad económica se desprenden una amplia gama de nuevas ocupaciones. Si echamos un vistazo a diversos empleos que hay en la actualidad, las actividades relacionadas con las industrias eléctrica y automotriz, la cinematografía, la radiodifusión, la televisión, la computación, la telefonía y la aeronáutica simplemente no existían. Con la invención de la computadora por ejemplo, se crearon empleos en todo el ciclo, desde el personal encargado de la fabricación y ensamble de sus diversos componentes, la fuerza de ventas, los técnicos encargados de repararlas, hasta el personal encargado de operarlas y programarlas.
Si de alguna manera pudiéramos trasladar a un habitante de otra época (digamos de la intervención francesa) a la actualidad, muy probablemente quedaría sorprendido tanto por los adelantos científicos y tecnológicos de que disponemos así como de las ocupaciones que ahora existen, así que a “toro pasado” podemos calificar la reacción de los sastres franceses de inicios del siglo XIX como exagerada y sus temores como infundados.
En la actualidad, gracias a los adelantos científicos y tecnológicos, las actividades para producir alimentos ya no requieren una proporción de la población del tamaño que era necesario anteriormente. Y respecto a los productos industriales, los países con mejores condiciones económicas muchas veces prefieren importarlos y cuidar tanto sus materias primas como su medio ambiente, de modo que una buena parte de la población se dedica a otras actividades, como por ejemplo el entretenimiento.
Surgieron empresas como Blockbuster, la cual fue creada a mediados de la década de los 80’s del siglo pasado y cuyo rápido crecimiento llegó al nivel de permitirle incluso patrocinar uno de los tazones colegiales durante varios años al principio de la década de los 90’s. Pero así como esta compañía aprovechó una ola tecnológica para nacer y crecer, del mismo modo vino su sustitución: Netflix. Blockbuster no alcanzó a cumplir los treinta años.
Y es en esta misma rama del entretenimiento en donde se popularizaron las llamadas “redes sociales”. Empresas como Facebook y Twitter llegaron al grueso de la población y se convirtieron en verdaderos monstruos.
Hace unos cuantos días se anunció la adquisición por parte de Elon Musk de Twitter. La transacción es del orden de los cuarenta y cuatro mil millones de dólares.
Hace algunas semanas, en esta misma columna me referí al costo del telescopio espacial James Webb. Pues bien, Twitter costó más de cuatro veces lo que costó ese aparato. Para juntar la cantidad de dinero que Musk habrá de desembolsar (asumiendo un tipo de cambio de veinte pesos por dólar) en pesos se requerirían 17,600 millones de billetes de cincuenta pesos los cuales acomodados como alfombra, alcanzarían para cubrir un cuadrado de casi doce kilómetros por lado. Solamente para darnos una idea más “aterrizada”, si esa cantidad la tuviéramos que pagar todos los mexicanos (suponiendo una cifra cerrada de 129 millones de habitantes), nos tocaría una cooperación de aproximadamente seis mil ochocientos veinte pesos por persona. Nada mal para una empresa que apenas acaba de cumplir 16 años.
Y ese es solamente un ejemplar de un abanico de aplicaciones que se apoyan en las redes de comunicación ya existentes para conectar a su público consumidor. Nombres como Hotmail, YouTube, Facebook, WhatsApp, Instagram, TikTok, Linkedin y Pinterest se han convertido en palabras de nuestro vocabulario habitual.
Hace unas cuantas semanas incluso el ex presidente de los Estados Unidos Donald Trump por medio de una de sus numerosas empresas se integró al negocio de las redes sociales y lanzó su propia plataforma llamada Truth Social y que según se ha publicado tiene cierto parecido a Twitter.
Habrá que ver la oferta de nuevas redes sociales en el futuro cercano.
Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.
Que tengan ustedes una excelente semana.