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Opinión

LABERINTO

Con profunda pena y tristeza recibí ayer por la tarde la noticia del fallecimiento de mi amigo Armando Silvestre Rodríguez Boone.

Manuel Durán Flores
Por Manuel Durán Flores - 21 febrero, 2023 - 11:17 p.m.
LABERINTO

Con profunda pena y tristeza recibí ayer por la tarde la noticia del fallecimiento de mi amigo Armando Silvestre Rodríguez Boone a quienes conocíamos cómo el "Mazapán" a quien conocí en estos medios de comunicación desde poco más de 35 años.

Si bien es cierto el "Maza" y yo jamás trabajamos juntos en un medio de comunicación específico siempre estuvimos juntos cubriendo diferentes noticias sobre todo allá en la región centro donde el había edificado un importante poder sobre al aldea, diputados y personales de la política.

Armando tenía una pasion inmensa por su familia por su esposa y por sus hijos Silvestre y Diego Armando a a quienes amaba por encima de todas las cosas.

Alegre, fiestero y muy ameno Armando gustaba de festejar sus cumpleaños a todo vapor, es más sus Verbenas eran todo un espectáculo pues decenas de alcaldes y personajes abarrotaban sus comelitonas las cuales eran abarrotadas por cientos de personas.

Hoy con suma sinceridad quiero pedir el descanso eterno de este gran hombre con quiero tuve el gusto de conocer hace decadas pero sobre todo convivir con el con mucho, mucho respeto siempre.

Por qué debemos morir?

¿Qué es exactamente morirse? ¿Qué pasa cuando nos morimos? ¿Qué viene después? ¿Queda algo de nosotros en el mundo? Desde el inicio de la civilización humana, las preguntas sobre la muerte han sido una de las más inquietantes y difíciles de responder.

Religiones, filosofías, ciencias e incluso la política han intentado dar con una respuesta que nos brinde consuelo ante lo inevitable y nos permita la vida con menos angustias, lidiando de un modo más positivo con el vacío que nos produce saber que un día, inevitablemente, moriremos.

Sabemos desde hace mucho que todos los seres vivos, sin excepción, debemos en algún momento devolver a la naturaleza la materia de la que están hechos nuestros cuerpos y la energía con que los mantenemos andando. Lo hemos visto ocurrir en el mundo animal, donde unos se comen a otros para poder alargar sus propias existencias, y al mismo tiempo el más potente depredador acaba enfermando y sirviendo de alimento a seres mucho más pequeños e insignificantes.

Esto puede parecernos cruel, pero es importante que ocurra. Los recursos de los que la vida requiere son finitos, y por lo tanto deben circular entre unos seres y otros. Pero esta lección es más difícil de entender cuando se trata de la muerte de los seres humanos. Quizás porque somos la única especie consciente de su propio destino, es decir, los únicos animales del mundo que entienden, a lo largo de sus vidas, que la muerte un día habrá de llegar.

¿Qué es la muerte?

La muerte, así, es algo complicado de entender y más aún de comunicar. Quienes la han conocido personalmente no pueden volver a contarnos lo que ocurre, y quienes aún estamos vivos solo podemos presenciar la muerte de los demás. De modo que a lo largo del tiempo hemos construido nuestras propias respuestas.

La ciencia, en cambio, nos brinda menos consuelo. A su modo de ver, la muerte no es más que el fin de la existencia: el momento en que nuestros cuerpos pierden su equilibrio interior y dejan de funcionar.

Podemos explicar cómo y por qué se produce, estudiando cada caso individual, e incluso sabemos lo que ocurre con nuestros cuerpos una vez que hemos dejado de habitarlos: nuestras propias enzimas y bacterias se encargan de descomponerlos, reduciéndolos eventualmente a la nada. Pero no hemos podido comprobar científicamente que exista un más allá, ni que tengamos un alma inmortal que emprenda el viaje hacia un mundo lejano.

¿Podemos escapar de la muerte?

La muerte parece ser inevitable y en muchos casos incluso puede llegar a ser deseable, cuando la vida se convierte en un tormento insoportable. Aun así, la especie humana ha soñado siempre con escaparse a la muerte, ya sea a través de elíxires y hechizos, o de milagrosas tecnologías.

Es cierto que gracias a la medicina hemos aprendido modelos de vida más saludables y hemos combatido la enfermedad con medicamentos, lo cual ha extendido nuestra expectativa de vida hasta los casi 100 años. No es poca cosa si se compara con los 30 a 50 que vivíamos en la Antigüedad. Pero nada podemos hacer contra el natural deterioro del cuerpo, que le va restando eficacia a nuestros procesos internos y acaba haciendo de nosotros criaturas frágiles y lentas.

La vida, sin embargo, tiene su propio modo de lidiar con la muerte: la reproducción. Tener descendencia, perpetuar los genes y extender la especie es el mandato que compartimos con los animales. Así, los individuos mueren, pero el colectivo perdura, y con este último también la cultura, la historia, la memoria colectiva de nuestra especie. Esa parece ser la única forma de escaparle a la muerte, al menos durante un par de generaciones.

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