"Se te cumplió, hijo", repite en voz baja doña Elba Macías mientras observa la nueva cancha deportiva de la Ampliación Miguel Hidalgo, ese mismo lugar donde su hijo Juan Pablo soñó, jugó y entrenó desde que tenía apenas cinco años.
Hoy, a sus 64 años, la madre mira concretado un anhelo que durante décadas pareció imposible... pero que, al fin llegó.
Juan Pablo Renovato Macías murió hace tres años y dos meses, a los 41 años de edad, víctima de una trombosis e insuficiencia renal que apagó su vida de manera repentina.
Desde niño respiró deporte: entrenaba niños y adultos, formaba porteros, creó el equipo Toros Hidalgo y pasaba horas en aquel terreno que no era más que tierra, piedras y esfuerzo comunitario.
"Aquí tenían que andar con picos y palas quitando las piedras para poder jugar", recuerda su madre.
Hoy, doña Elba celebra con una mezcla de orgullo y desconsuelo. Viste una blusa con la imagen de su hijo y lleva su nombre bordado en el pecho, como si así pudiera mantenerlo cerca mientras pisa la cancha que él soñó tener.
"Mi hijo ya no está para verla, pero yo sí... cada vez que me pare aquí lo voy a recordar y voy a decirle: se te cumplió, hijito", expresa con la voz entrecortada.
La nueva cancha, ubicada en la colonia Ampliación Miguel Hidalgo, lleva oficialmente el nombre de Juan Pablo Renovato Macías. Cumple así la promesa que un día —sin papeles, sin protocolos— le hizo el hoy alcalde Carlos Villarreal Pérez: que ese campo llevaría el nombre de su hijo. Y la obra se hizo desde abajo, desde cero, algo que la madre valora como un homenaje sincero.
"Me siento bien feliz... mi hijo siempre deseó tener un campo como este. Ahorita lo veo realizado, pero sin él, pero me tengo que tranquilizar, son muchas emociones", señala.
Sus palabras se quiebran entre la alegría por el reconocimiento y la tristeza de saber que Juan Pablo no pudo ver el fruto de tantos años dedicados al deporte.
Con sus seis hijos deportistas —incluida su hija futbolista—, doña Elba asegura que se encargará de cuidar el espacio, no solo como legado de su hijo, sino como un hogar para nuevas generaciones que, como él, sueñan con un campo digno donde crecer.
"Es mucha emoción junta... contenta y triste al mismo tiempo", concluye, mirando la cancha que por fin existe, aunque no en el tiempo en que su hijo la hubiera disfrutado.