Tras la implementación de la nueva Ley General de Educación en México, que prohíbe la venta de comida chatarra en las escuelas del país, en nombre de combatir la obesidad infantil, algunas escuelas han comenzado a modificar drásticamente su oferta alimenticia. En lugar de chicharrones, pizzas y hamburguesas, ahora se venden banderillas de fruta, jícama, tostadas horneadas, sándwiches integrales y vasos con frutas. Sin embargo, esta transformación saludable ha despertado una inesperada reacción entre los propios alumnos: ahora "trafican" productos prohibidos dentro de los planteles.
En escuelas del sur de Monclova, Coahuila, la creatividad infantil ha ido más allá del recreo. Niños y adolescentes han encontrado la forma de introducir papas fritas, dulces, refrescos y otros productos procesados que ahora están prohibidos por ley. En mochilas y loncheras, estos pequeños comerciantes logran esquivar la vigilancia escolar y satisfacer la demanda de sus compañeros, dispuestos a pagar por un "gusto prohibido".
"Aplaudimos el esfuerzo del gobierno por mejorar la salud de los niños, pero no esperábamos que terminaran vendiendo escondidas papas o refrescos como si fueran contrabando", comenta una directora de primaria que pidió mantener el anonimato. Asegura que se han decomisado productos y se ha hablado con los padres, pero el fenómeno sigue creciendo.
Este nuevo "mercado negro" de chatarra en las escuelas revela que la simple prohibición no basta. Padres de familia, autoridades escolares y funcionarios de salud deberán ir más allá de las restricciones y apostar por campañas educativas profundas que fomenten en los menores la conciencia sobre su alimentación. Porque mientras exista demanda, siempre habrá un niño dispuesto a convertirse en el proveedor clandestino del recreo.
