El silencio de la capilla San Gabriel se interrumpía solo con los sollozos. Entre flores blancas y el murmullo de oraciones, la familia y amigos dieron el último adiós a Juan Manuel Pérez Páez, mejor conocido como Manolo Páez, fotógrafo profesional que con su carisma y pasión por la vida dejó una huella imborrable en quienes lo conocieron.
Un retrato suyo con camisa blanca, brazos cruzados y mirada serena parecía observarlo todo. Frente al féretro, una rosa roja descansaba como símbolo de amor y despedida.
"Lo voy a recordar como un hombre muy fuerte, una persona muy sincera", dijo con la voz entrecortada una de sus hermanas, mientras sostenía la mano de su madre, quien era el motor de Manolo. La familia recordó que siempre fue un hijo atento, preocupado por su bienestar, y que en cada reunión aportaba su alegría con ocurrencias que provocaban sonrisas.
"Ya va a estar con mi papá", expresó Jaqueline su hermana, evocando al padre que partió hace once años, y a quien ahora Manolo se une en el descanso eterno.
El ambiente estaba cargado de nostalgia, pero también de gratitud por la vida compartida. Las anécdotas fluían en voz baja: el hombre divertido que nunca dejó de lado su fortaleza, el amigo que siempre estaba para escuchar, el fotógrafo que supo captar instantes irrepetibles.
Tras la misa de cuerpo presente, el cortejo avanzó hacia el Panteón Sagrado Corazón, en Estancias. Ahí, el sol parecía acompañar el último trayecto de Manolo, mientras sus seres queridos depositaban flores y prometían no olvidar su memoria.
Entre el dolor, la familia lanzó un llamado: justicia. Porque, aunque el cuerpo de Manolo descansa ya en paz, la herida de su partida exige respuestas y verdad.
Así, entre oraciones, flores y lágrimas, Monclova se despidió de Manolo Páez, un hombre cuya esencia quedará en el recuerdo de quienes lo amaron.
