La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes. Con este saludo trinitario se nos manifiesta el sentido de la fiesta que celebramos este fin de semana. La iglesia en este día quiere adentrarse en el misterio uno y trino de Dios y de su incomparable amor por el género humano. La lectura del libro del Éxodo nos narra el momento misterioso en el que, en el Sinaí y en forma de nube, Dios se revela a Moisés como el Señor compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel. Pablo en la carta a los Corintios habla del Dios del amor que ofrece la paz a los corazones. En este día, por tanto, nos introducimos de algún modo en la intimidad de Dios. Juan en el evangelio nos comparte cuál es el proyecto de Dios respecto a los hombres: salvarnos. Dios ha amado tanto al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que todo el que crea tenga la vida eterna. Dios quiere que el hombre tenga vida y la tenga en abundancia.
1. Dios se nos revela. Ninguna inteligencia humana, incluso la más elevada y perfecta, puede conocer por sí misma el misterio de la vida trinitaria. Ninguna filosofía puede desvelar por vía especulativa que Dios es simultáneamente uno y trino. Ninguna religión puede recorrer el velo del santuario en el que mora la realidad misma de Dios, Verdad, Amor y Vida. Lo que sabemos del Dios vivo y verdadero nos viene por autorrevelación: quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad. En la historia de la salvación, Dios se ha revelado como creador y como providencia sobre todas sus criaturas, nos dice el libro de los Proverbios. El texto evangélico nos enseña que Jesús, en cuanto Hijo de Dios, nos ha revelado sobre todo la paternidad divina. El Espíritu Santo, por su parte, nos llevará a la verdad completa, es decir, nos hará entender y experimentar mejor y en mayor profundidad la realidad de la vida trinitaria y las consecuencias de esa realidad para nuestra vida en este mundo: la paz con Dios Padre, el estado de hijos de Dios en que nos hallamos por el bautismo, la posesión del amor de Dios con el cual superar cualquier tribulación y vivir en la esperanza que no engaña. Dios no se revela como un anciano solitario y justiciero, sino como un Padre con una intensa vida familiar, sellada toda ella por la Verdad y por el Amor.
2. Dios nos revela como hombres. Al revelarse Dios a sí mismo en su vida más íntima, revela al hombre su más profunda identidad y su quehacer más importante en la existencia histórica. Por eso, no es ni puede ser indiferente al cristiano el misterio de la Trinidad. Como nos dice el catecismo, el misterio trinitario es la luz que nos ilumina. Ilumina nuestra inteligencia de la creación, pues el Padre ha creado al universo y al hombre con las sabias manos del Hijo y del Espíritu, y así nos revela no sólo nuestra condición de criaturas sino también nuestra condición contemplativa y casi mística. Ilumina nuestra comprensión de las relaciones dentro de la familia divina, y mediante ellas nos revela nuestra participación en esa vida divina y nuestra vocación de reflejo de la misma. Nos revela sobre todo nuestra condición de oyentes del Espíritu, a quienes el Espíritu de la Verdad comunica todo lo que ha oído en el seno del Padre y todo lo que ha recibido del Verbo, hecho carne. Nos revela, por acción del Espíritu, nuestra condición de hombres de la esperanza, frente a los hombres sin esperanza, que son los no creyentes; una esperanza sólida, que no engaña. Esta revelación que el Dios vivo y trinitario nos hace de nuestra identidad, nos interpela al mismo tiempo a fin de que la vida divina adquiera formulación y expresión histórica en cada uno de los cristianos: la unidad de la fe, el amor como esencia del cristianismo, la docilidad a la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestras almas, el papel magisterial del Espíritu de la Verdad divina, la multiplicidad de expresiones culturales de la misma y única fe.
Cada vez que hacemos la Señal de la cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos el misterio de la Santísima Trinidad, que se nos revela y nos acerca al mismo misterio:
- En el nombre del Padre: Ponemos la mano sobre la frente, señalando el cerebro que controla todo nuestro cuerpo, recordando en forma simbólica que Dios es la fuente de nuestra vida.
-...y del Hijo: Colocamos la mano en el pecho, donde está el corazón, que simboliza al amor. Recordamos con ello que por amor a los hombres, Jesucristo se encarnó, murió y resucitó para librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.
-...y del Espíritu Santo: Colocamos la mano en el hombre izquierdo y luego en el derecho, recordando que el Espíritu Santo nos ayuda a cargar con el peso de nuestra vida, el que nos ilumina y nos da la gracia para vivir de acuerdo a los mandatos de Jesucristo.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano