La palabras levántate y resplandece, dirigidas por Isaías al pueblo de Israel, son también para nosotros, porque hoy encontramos la gloria y la luz de Dios. Con esta alegría iniciamos el año ofreciéndole lo mejor de nuestra vida como un hermoso regalo. Pablo nos comparte un gran misterio que Dios le reveló y que beneficia no sólo a los paganos, sino también a nosotros, que al formar parte del Cuerpo de Cristo, somo también herederos. En el Evangelio vemos cómo la adoración al Niño Jesús, por parte de los Sabios de Oriente, es un suceso muy importante, por el hecho de dejar claro que Jesús es el Hijo de Dios que vino a salvar a toda la humanidad.
Jesús, desde su nacimiento, es un signo de contradicción para los hombres. Jesús será siempre una señal en nuestra vida. Jesús para unos, como los sabios que vienen de Oriente o como para Pablo, proveniente de la diáspora, es también epifanía, manifestación luminosa de su misterio; epifanía como nos dice San Pablo, según la cual todos los pueblos se sentirán atraídos por la luz y la gloria de Jerusalén. Para otros, que viven en Jerusalén, que buscan el control y la autoridad política como Herodes o autoridad religiosa sobre el pueblo como los sacerdotes y maestros de la ley, Jesús el Mesías, será un rival peligroso. Jesús es signo de aceptación o de rechazo.
No es difícil darse cuenta, como ante Jesús, desde los comienzos de su vida, encontramos dos actitudes fundamentales de los hombres hacia él: aceptación o rechazo. María, José, los pastores, los sabios de Oriente o Magos, Simeón y la profetisa Ana aceptan la realidad y el misterio que envuelven a Jesús. Herodes, los sacerdotes y maestros de la ley, los betlemitas, toman una postura de rechazo. Desde los comienzos Jesús es una bandera discutida: unos, llenos de gozo, quieren llevarla siempre muy alta; otros, hostiles, quieren abajarla y destruirla.
Ya en el Antiguo Testamento estas dos actitudes de aceptación o rechazo, son las actitudes de los hombres ante Dios, que en el Nuevo Testamento son las posturas de los individuos y de los pueblos ante Jesús y ante la primitiva Iglesia. Quiera o no quiera el hombre, lo sepa o no lo sepa, la persona de Jesús tiene que ver con su vida, y no precisamente de un modo puramente accidental. Jesús es el parteaguas de la vida humana y de la historia. La razón está en que todo hombre en el fondo de su conciencia busca un Salvador, y el único verdadero Salvador es Jesús. Esta verdad es una amorosa revelación de Dios "a los apóstoles y profetas" y a través de ellos a todos los hombres. Los hombres pueden equivocarse en la búsqueda del Salvador, pueden incluso pensar y buscar otros salvadores, pero en cualquier caso a quien buscan, el blanco hacia el que dirigen la flecha de su corazón es Jesús, el Redentor del mundo.
Las actitudes se fortalecen con los signos, siempre que les damos una lectura adecuada. Los Magos vieron una estrella nueva en el firmamento, y ésta suscitó su interés y su búsqueda. Fue un signo que Dios les envió y no lo dejaron pasar sin más, sino que descifraron su sentido y se pusieron en marcha. En efecto, el año 7 a.C. se efectuó la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación Piscis. Júpiter representaba la soberanía universal, Saturno era la estrella del pueblo judío, y Piscis significaba el fin de los tiempos. Conclusión: en Judea ha nacido el rey universal, en la plenitud de los tiempos.
Levántate y resplandece, es lo que nos toca hoy a nosotros, como recomienda Isaías. Levantarnos y dejar que esta luz, la luz de Jesús que se nos manifiesta, alboree sobre nosotros. Pongámonos de pie, levantemos el corazón para darnos cuenta, de como Dios va sembrando, día tras día, no pocos signos de su presencia y de su amor eficaz, en la pequeña realidad de nuestra vida. Debemos reflexionar todos los días si damos cabida a las señales que Dios nos ofrece o vivimos de manera indiferente a las mismas. Las señales de Dios tienen que repercutir en mis emociones, sentimientos y sobretodo en mi vida espiritual. No podemos vivir ajenos a las realidades espirituales, tenemos que salir del letargo de lo ordinario para conectarnos con lo extraordinario, dejándonos sorprender como los Magos de Oriente, por la luz del Salvador, a la que nos llevaron las estrellas y señales del camino, que nos ayudan a caminar con luz, paz y esplendor en nuestra vida.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey.