Este fin de semana contemplamos a Jesús como piedra angular. Esa piedra angular que nos sostiene y redime desde el amor. Vemos en los Hechos de los Apóstoles como los cristianos van aumentando, los apóstoles van eligiendo entre ellos a personas que se encarguen de las obras de caridad, hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y Sabiduría. Pedro en su carta nos ayuda a tomar conciencia sobre como Jesús era la piedra angular rechazada por los hombres, pero colocada por Dios como cimiento del nuevo edificio del que todo bautizado es piedra viva, para los creyentes se trata de una piedra preciosa, para los incrédulos es piedra de tropiezo y caída. En el Evangelio nos encontramos con parte del discurso de despedida de Jesús con los discípulos, y nos deja claro que para alcanzar la eternidad, tiene que ser a través de Él: “nadie va al Padre sino es por mí”. Jesús, piedra angular, se nos muestra como el camino, la verdad y la vida. Es Él quien nos prepara un lugar en las moradas eternas, es Él el camino que nos conduce al Padre. Jesús desea que cada uno de nosotros llegue a la casa del Padre, desea que donde Él esté, nos encontremos también nosotros. Nos los hace ver no sólo como un deseo sino con hechos en la cruz, el amor de Jesús no sólo es promesa es realidad en nuestra vida.
No pierdan la calma, crean en Dios y crean también en mí. La exhortación de san Juan es muy oportuna en este tiempo en el que miramos a Jesús resucitado. Los cristianos, atravesamos situaciones difíciles. El Señor se dirige a sus discípulos y los invita: “crean en mí, tengan confianza en mí pensando que aquello que Yo hago en tu vida es lo mejor para ti”. El cristiano debe pasar por momentos en los que la cruz se hace presente, en esos momentos es cuando pueden descubrir misteriosamente que están tomando parte en el misterio pascual de Jesús. Un misterio de amor y con un profundo sentido de redención.
Este texto que leemos, es una parte del último discurso que pronunció Jesús en la última cena, a modo de gran testamento. En este párrafo se nos presenta una de las cumbres de la enseñanza de Jesús: “El que me ve a mí, ve al Padre”. “Ver” al padre es una de las claves de toda existencia humana. El Papa Benedicto XVI escribió unas palabras memorables que nos explican la verdad fundamental del Evangelio: En Jesús “vemos”, conocemos el amor del Padre y eso nos “redime”, nos hace tener “vida eterna”.
Es muy importante tener presente que no es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de redención que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” como leemos en la carta a los Romanos. Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces, y sólo entonces, el hombre es redimido, suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesús nos ha redimido. Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana causa primera del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: “vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” como leemos en la carta a los Gálatas.
Teniendo esto presente, es muy iluminador, como Jesús no sólo realiza el plan profundo de redención y renovación de cada uno de nosotros por amor, además, nos ofrece consuelo y paz para enfrentar nuestra vida cotidiana. Jesús nos invita a no perder la paz, a no perder la calma ante tantas incertidumbres, problemas, confusiones y cambios de la vida, nos ofrece su presencia, su cercanía, su fortaleza y su consuelo como camino que es hacia el Padre. Los discípulos pasarán momentos de prueba, de traición, de desconcierto, por eso estas palabras de Jesús son muy iluminadoras, la invitación a no perdernos entre tantas situaciones que nos robarán la paz y la estabilidad personal. Acércate a Jesús, ese Jesús que nos ofrece un amor auténtico e incondicional, que no sólo hace sentir bien, sino que redime, restaura y renueva; Jesús que te invita a estar cerca de Él para no perder la calma y la paz.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano