Este fin de semana la liturgia nos invita a ser buenos centinelas de los demás. Ezequiel recibe, por parte de Dios, indicaciones muy claras sobre su misión como profeta: comunicar su palabra, amonestar al malvado y ser centinela del pueblo de Israel. El centinela es el hombre que, desde la atalaya o desde un lugar preeminente, da la voz de alarma cuando ve al enemigo acercarse al campamento o las puertas de la ciudad. Su función es la de despertar a quien duerme y se encuentra en peligro de ser sorprendido por el enemigo. En nuestro caso el centinela, que es el mismo profeta, advierte a los hombres de su mala conducta, les anuncia el peligro que se acerca si no despiertan de su letargo. Igualmente, hoy en día tenemos el compromiso como cristianos de sacudir los corazones embotados de las falsedades de la vida y ayudarlos a caminar por el camino del bien.
San Pablo en la misma línea nos indica cuál es la deuda más grande que tenemos con nuestros hermanos: la del amor. Es un don gratuito que hemos recibido y es un don gratuito que tenemos que dar. "No tengan con nadie ninguna deuda que no sea la de amarse mutuamente". El amor es la ley que regula toda la vida cristiana. Tanto el centinela, como el que ora en común, deben guiarse y nutrir su alma con el espíritu de Jesús, es decir, con aquel amor que da la vida por los que ama.
Vemos en el Evangelio de hoy un discurso de Jesús con dos indicaciones muy claras: la corrección fraterna y la oración en común. Que difícil es entender que ser buen centinela es también ser buen corrector, la corrección fraterna es una de las expresiones más hermosas del amor. Jesús pide tres cosas: prudencia, respeto y discreción. La metodología es muy clara: dialogar, teniendo presente que estamos delante de un hermano. Primero, Jesús manifiesta la responsabilidad de sus discípulos y seguidores en la salvación de sus semejantes. El discípulo de Jesús siente la viva responsabilidad de hacer el bien y ayudar a que los otros lo hagan, superando y desterrando el mal de sus vidas. Aquí se inserta el mandato de la corrección fraterna. La segunda invitación de Jesús a sus discípulos es la oración en común: "donde dos o más se reúnen para orar, allí está Jesús en medio de ellos". Comprender y ayudar con amor a los demás, iluminados por la oración, es siempre garantía de estar cerca de lo que Jesús nos pide.
El centinela en los tiempos antiguos poseía una función decisiva en los combates entre los pueblos. Su misión era la de observar los litorales y campos de batalla, distinguir los acechos y las formaciones enemigas, y dar la voz de alerta para que el ejército se preparara para la batalla. Si el centinela dormía, la vida del pueblo corría un grave riesgo. En el pasaje que nos ofrece Ezequías, se compara al centinela con el profeta. El profeta es un centinela con características especiales. El profeta debe advertir al "impío" de su mala conducta, debe informarle del mal que se le viene encima, si no se convierte, si no despierta del sueño que lo entretiene en el mal. Lo interesante es que la responsabilidad del profeta no termina aquí, él debe seguir más adelante. Al centinela le basta dar la alarma; si le escuchan o no, ya no es responsabilidad suya. No así es el caso del profeta: él debe advertir del mal que se viene encima, y debe hacer lo indecible por convencer a sus oyentes, porque lo que él anuncia no lo han visto sus ojos, ni escuchado sus oídos, es Dios mismo que se lo ha revelado. Él habla en nombre de Dios. Él expresa el deseo de Dios de salvar a los hombres y de que no se pierda ninguno. Él participa del amor divino que no se deja vencer por el pecado del hombre.
El profeta-centinela asume una responsabilidad imponente: deberá responder ante Dios de la muerte de aquellos a los que ha sido enviado. El no puede dejar de aspirar a ser escuchado. El buen cristiano es el centinela que vela sobre sus amigos, sobre su familia, sobre su entorno, aquel que se mantiene en vigilia durante la noche para que ninguno perezca. El buen cristiano, como Pablo, amonestará, insistirá, predicará a tiempo y a destiempo, el mensaje del evangelio. Seamos buenos centinelas con los demás, dejándonos guiar por el criterio de la caridad, la caridad es el único criterio con el que se deben hacer o dejar de hacer las cosas. Es el principio de discernimiento de nuestro hablar o callar, de nuestro obrar u omitir. Quien descubra en su obrar y pensar que lo dirige un principio distinto del amor, puede estar seguro de haber iniciado el camino de la infelicidad, de la infecundidad espiritual y del fracaso en la propia vida. Camina por la vida, como nos invita Pablo, sin tener ninguna deuda con nadie, especialmente de caridad.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
PNOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey.